PROFECÍA E HISTORIA
El encargado anunció en voz alta: «Escuchen bien, gente de todos
los pueblos, naciones y lenguas, cada vez que oigan el sonido de trompetas, flautas, cítaras,
arpas, liras, gaitas, y otros instrumentos musicales, deben arrodillarse y
adorar a la estatua de oro que hizo construir el rey Nabucodonosor. El que no se arrodille y la adore, será arrojado inmediatamente a
un horno de fuego».
Entonces cuando el pueblo escuchó el sonido de trompetas, flautas,
cítaras, arpas, liras, gaitas, y otros instrumentos musicales, se arrodilló y
adoró la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había mandado construir.
Unos caldeos aprovecharon esta oportunidad para hablar mal de los
judíos ante el rey. Ellos
dijeron al rey:
—¡Viva por siempre el rey! Su majestad ha ordenado que todos se arrodillen para adorar la
estatua de oro cada vez que se oiga el sonido de trompetas, flautas, cítaras,
arpas, liras, gaitas, y otros instrumentos musicales; y que quien no se arrodille a adorar la estatua será lanzado al
horno de fuego. Pues
sucede que hay unos judíos que usted mismo ha nombrado como funcionarios
importantes de la provincia de Babilonia. Ellos desobedecen sus órdenes, no
adoran a los dioses y no se arrodillan a adorar la estatua que usted hizo
construir. Son Sadrac, Mesac y Abednego.
Después de escuchar eso, el rey Nabucodonosor dijo enfurecido:
«Tráiganme de inmediato a Sadrac, Mesac y Abednego». Enseguida los caldeos los
llevaron ante el rey. Nabucodonosor
les dijo:
—Sadrac, Mesac y Abednego, ¿es
verdad que ustedes no han adorado a los dioses ni se han arrodillado a adorar
la estatua de oro que hice construir? Entiendan esto muy bien: cuando escuchen el sonido de trompetas,
flautas, cítaras, arpas, liras, gaitas, y otros instrumentos musicales, deben
arrodillarse a adorar la estatua de oro. ¡Si no se arrodillan a adorar en ese
momento, serán lanzados al horno y no habrá ningún dios que pueda salvarlos de
mi castigo!
Sadrac, Mesac y Abednego respondieron:
—Majestad, no es necesario que
le demos explicaciones sobre eso. El Dios a quien servimos puede salvarnos de su castigo y del horno de fuego. Es más, aunque él no lo hiciera, su majestad debe saber que no
adoraremos a sus dioses ni nos arrodillaremos frente a la estatua de oro que ha
construido.
Entonces Nabucodonosor se enfureció mucho con ellos, se le
desencajó el rostro por la ira y ordenó calentar el horno siete veces más de lo
acostumbrado. Enseguida
ordenó a algunos de los soldados más fuertes de su ejército que ataran a
Sadrac, Mesac y Abednego y que los lanzaran al horno de fuego. Los tres jóvenes fueron atados y lanzados al horno de fuego con
todo lo que llevaban puesto: camisas, pantalones, gorros y demás. El rey quería que su orden se cumpliera inmediatamente y el horno
estaba mucho más caliente de lo acostumbrado. Así que los soldados que se
acercaron al horno para arrojar a Sadrac, Mesac y Abednego se quemaron y
murieron de inmediato por las llamas. Y Sadrac, Mesac y Abednego cayeron atados dentro del horno en
llamas.
Nabucodonosor se puso de pie inmediatamente y preguntó asombrado a
sus consejeros:
—¿Acaso no lanzamos al horno
sólo a tres hombres atados?
—¡Claro que sí, majestad!
— Respondieron ellos.
Y el rey dijo:
—¡Pero yo estoy viendo cuatro
hombres desatados y sin quemaduras caminando entre las llamas! ¡Uno de ellos
parece un dios!
Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno y gritó:
—¡Sadrac, Mesac y Abednego,
siervos del Dios altísimo, salgan de allí! Y Sadrac, Mesac y Abednego salieron
del horno.
Todos los alcaldes, prefectos, gobernadores y consejeros que
estaban allí presentes se acercaron a los hombres. Todos vieron que el fuego no
les había hecho nada. No se les había chamuscado ni un pelo, y sus ropas
estaban intactas. Ni siquiera olían a quemado.
SANTO EMMANUEL I SELASSIE I JAH RASTAFARI
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