domingo, 2 de enero de 2011

ESAS COSAS DE LA VIDA

“¡Que la paz sea con vos! Raros son los corazones generosos que no temen apartar su apoyo a los pueblos sumergidos en desgracia, cuya debilidad aleja toda amistad. Es un gran consuelo para Etiopia enterarse de la enérgica respuesta de México contra los adoradores de la fuerza, y la afirmación ante los representantes reunidos en Ginebra respecto al inquebrantable deber hacia el pacto y a los derechos de los Estados miembros de la Liga. El Soberano Legítimo del Imperio Etíope, en su nombre personal y en el de su pueblo, dirige a vuestra nación y a vos mismo, los más vivos agradecimientos y el homenaje de su profundo reconocimiento…” Extracto del telegrama que Su Majestad Haile Selassie I envió a don Isidro Fabela.


Respuesta a un gesto de México

Eran aquellos los tiempos en que el “Duce” monopolizaba los noticieros cinematográficos. Las pantallas de todo el mundo mostraron a Mussolini manejando un tractor, conduciendo un automóvil de carreras, esgrimiendo una pala o un azadón y, sobre todo, hablando desde los altos balcones a multitudes frenéticas. “Italia – gritaba el Duce en una frase que la Falange habría de recoger años después – tiene voluntad de Imperio”.

Mientras llegaba el momento de satisfacer en grande esta voluntad, los huestes de Mussolini se lanzaron sobre Etiopia. Romántica cuna del aromático y universalizado café y asiento de la más antigua dinastía imperial en el mundo. En realidad Italia tenía viejas cuentas con los etíopes, hace mucho tiempo, fuerzas italianas recibieron una catastrófica derrota en Adis Ababa, la capital de Su Majestad Imperial, Rey de Reyes, Tronco de la Rama de Salomón, León Vencedor de Judá, Rey de Zion y una veintena de títulos de lo mas deslumbrantes para los democráticos pueblos de este continente. La agresión de Mussolini tenía pues, además de la voluntad de imperio, la intención de vengar viejos y humillantes agravios.

Entonces funcionaba en Ginebra una organización de esas que la humanidad inventa y sostiene con la alucinada esperanza de que este mundo deje de ser escenario de violencia, choques de ambiciones y cruz en que los débiles son invariablemente crucificados por los fuertes. La Liga de las Naciones se formó de acuerdo con una generosa iniciativa de Woodrow Wilson, entonces presidente de la Unión Norteamericana. La Liga de las Naciones tenía un complicado protocolo para castigar a los países agresores. Etiopia recurrió, ante la invasión italiana, a la Liga de las Naciones, la que estudió tan detenidamente el asunto que no llegó a realizar nada práctico. Uno de los pocos países que peleó con fuerza la aplicación de penas a la Italia de Mussolini fue México. Como ha sucedido siempre, lo mismo cuando se agredió a la Republica Española que cuando Finlandia fue invadida, en el caso de Etiopía, la voz mexicana fue voz de limpia justicia, de apego estricto a los deberes internacionales. México no fue secundado, pues entonces convenía más no disgustar demasiado al Duce que hacer justicia a los etíopes. Pero Haile Selassie I, el Emperador, no olvidó nunca ese gesto amistoso.

Ahora el Emperador encontró la oportunidad de dar una prueba de que, contra lo que tradicionalmente se ha creído, los reyes saben agradecer los servicios. Quiso venir a patentizar esa gratitud a nuestro pueblo y es, desde el sábado ultimo, ilustre y destacado huésped de nuestra capital. Los aficionados a la estadística recalcaron el hecho de que el de Etiopía es el primer monarca, digamos en activo, que visita nuestro suelo. El difunto Carol y el duque de Windsor vinieron cuando habían dejado de ser reyes y Bernardo de Holanda es apenas rey consorte. Una muestra de la exquisita delicadeza mexicana ante tan ilustre huésped fue el hecho de que ningún reportero travieso ha tocado, ni siquiera como remota referencia, los nombres de los dos emperadores, mexicano uno, austriaco el otro, que si bien es cierto que vivieron en nuestro país, no lo es menos que tuvieron un fin infortunado.

Los capitalinos recibieron al viajero con repetidas y constantes muestras de afecto, de espontánea simpatía. Fue recibido en el nuevo aeropuerto por el Presidente de la Republica, su gabinete y el cuerpo diplomático, y desde el momento en que pisó tierra mexicana se le ha abrumado de atenciones y de muestras de afecto y amistad. Quizá el Emperador considere que la palabra, “abrumado” se habrá empleado pocas veces con tanta exactitud como en este caso.

Después de ser acompañado por el Primer Magistrado de la Republica hasta su alojamiento en el Hotel del Prado, el visitante reposó unos minutos, charlando con los miembros de su comitiva. En las primeras horas de la tarde visitó la Casa Presidencial de “Los Pinos”, en la que don Adolfo Ruiz Cortines le hizo honores. Apenas de regreso en el hotel, el Emperador accedió a enfrentarse a un enjambre de reporteros, fotógrafos, camarógrafos, y demás tiránicos agentes de la fama. Contestó con firmeza, sin titubeos y con soltura a todas las preguntas que le hicieron. No hubo en verdad mucha imaginación en los preguntones. En sus respuestas, el León Vencedor de Judá habló de la gratitud que su pueblo siente por México, de su personal deseo de conocer nuestro país y de la satisfacción que lo embarga por haberlo cumplido.

Hubo, como por otra parte resultaba inevitable, una pregunta sobre la torturante cuestión de Guatemala. La respuesta del Emperador, es un modelo de sencillez, de comprensión a favor del problema y de apego a los deberes de un Jefe de Estado que recuerda una parecida experiencia; estas palabras deben destacarse aparte, sin comentarios que pretendan pasarse de maliciosos, pues el significado de ellas es suficientemente elocuente. Helas aquí:

“Reconocemos el Gobierno de Guatemala, y deseamos que siga siendo una Nación Libre”.

En los días subsecuentes el Emperador fue objeto de numerosos agasajos, entre los cuales resulta necesario recordar la recepción en Palacio.

Larga vida tenga el Emperador y ojala se lleva de México y de los mexicanos, una agradable impresión.

Haile Selassie, o la grandeza de un rey

Nuestro país ha recibido recientemente varios visitantes, tales como los tres últimos mandatarios de la gran Republica prima (y recordemos que al señor Truman lo acompañó Torres Bodet a hacer guardia frente al monumento de los Niños Héroes en el año 47). Algunos han sido bastante impresionantes, pero no creemos equivocarnos si afirmamos que la personalidad que mas vigorosamente ha herido la imaginación popular ha sido Su Majestad Imperial Haile Selassie I, y no por la longitud y antigüedad de su milyunanochescos títulos, ni tampoco por el recuerdo de los sufrimientos de su patria veinte años atrás, sino por su personalidad humana, por una gran simpatía que de él irradia, y que se ha comunicado a quienes han tenido la oportunidad de tratarlo, o siquiera de verlo.

Etiopía... ¡Que lejos en la geografía y en la historia, qué poco sabemos de aquel país! Muy pocos mexicanos lo han visitado y poquísimos etíopes nos visitan a nosotros; jamás se ha sabido aquí, cosa alguna de la literatura etíope, ni de la música Abisinia, ni de la pintura, ni de ninguna otra de las artes, ni siquiera de los deportes que hoy tienen tan exagerada importancia; ni ha venido a jugar un equipo futbolero de Adis Abeba, ni ha ido para allá uno nuestro. Todo lo que sabíamos era que ese país había sido injustamente agredido por Mussolini y que nosotros, en el mundo de la diplomática, estuvimos de su parte; que durante mucho tiempo no tuvimos embajador en Roma, sino solamente un encargado de negocios (Manuel Maples Arce), porque no accedía ese representante mexicano a saludar con el titulo de “Rey de Etiopía” al presentar credenciales al pequeño Víctor Manuel II, pues ese titulo, defendíamos, correspondía legítimamente al Negus Negast. Luego los años pasaron, el Duce perdió la guerra, el León de Judá volvió a su trono y aquellos nombres que un día ocuparon los encabezados de los periódicos: Adua, Addis Abeba, se fueron borrando de nuestra memoria.

Pero la actitud del gobierno de México en aquel trance no se borró de la memoria de aquel Emperador, y con muchos años de retraso, ha querido venir en persona a pagar una deuda de gratitud y de amistad, en un hermoso y desinteresado gesto que parece de otros tiempos, de libro de caballerías, y no de esta época en que casi sólo se hacen visitas internacionales para incrementar el comercio y en que, pongamos por ejemplo, detrás de un viaje de Bernardo, príncipe consorte de Holanda, se adivine un deseo de vender mas radios Phillips, y si nos visita un secretario de estado de Alemania o de Italia, es porque se trata de colocar algunos productos a buen precio.

Parece ser que el Negus no vino a vender nada, y ya es raro hoy en la vida de los países, como en la de las familias, que alguien toque a la puerta para hacer una mera visita de cortesía y no para llevarse el enganche de una barredora mecánica, o de una lavadora eléctrica, o para dejar algún lote de cepillos que después no se sepa para que sirven.

Y luego todos sus actos han ido confirmando esa primera idea que de Haile Selassie nos habíamos formado, como de una persona extraordinariamente fina y cortes.
Por ejemplo, ha sido impresionante su puntualidad. A todos partes a donde se le ha invitado ha llegado con cinco minutos de adelanto, para que haya tiempo de que le toquen el Himno Nacional de su patria y el de la nuestra, y luego la ceremonia anunciada de principio justamente a la hora prevista. Así llegó al monumento de los Héroes de la Independencia, al Rancho “La Tapatía”, a la Plaza de toros, a las recepciones y a las visitas. En México existe el concepto de que para que una persona se dé importancia tiene que ser impuntual; su categoría se mide por los minutos de su retraso, las personillas sólo pueden retrasase un cuarto de hora, los personajes una hora entera, y Maria Felix tres horas o cuatro. Recordemos que el ministro de Comunicación; Máximo Ávila Camacho, en un viaje oficial por los Estados Unidos mandó decir a una estación ferroviaria, la de Filadelfia, que lo esperará el tren, porque no estaba listo todavía. Pero el Rey de Reyes siempre estuvo listo, y no retraso jamás ni un solo minuto una ceremonia grande ni chica, ni cuando le estaba esperando el Presidente de la Republica, ni cuando le estaban esperando los novilleros; él, en cambio, los espero a ellos casi una hora, porque el ruedo estaba en malas condiciones y hubo que repararlo.

Y cuando esos novilleros, modestísimamente, pues se preparó para Su Majestad Imperial un cartelito miserable, le brindaron su actuación, el Emperador se puso en pie, y luego volvió a ponerse en pie cuando subieron a saludarlo. Aquí más de una vez hemos visto a algún gobernador no quitarse el sombrero para un brindis, o en los Estados, retrasar las corridas, con las plazas llenas de gente, cuarenta o cincuenta minutos mientras el sátrapa acaba de comer y se toma su tacita de café.

Tampoco se hizo rodear el Emperador de vallas difíciles de romper, de granaderos, militares, o simples lambiscones; de cuantas veces quiso, el pueblo se acercó a él, estrechó manos de estudiantes, de obreros, de aficionados a toros. Con toda su Imperial Majestad, fue a hacer una visita en su domicilio a un particular, al licenciado Isidro Fabela, en recuerdo de que ese diplomático de otros tiempos alzó su voz en Ginebra, en defensa de la libertad de Etiopía.

Antes de que Haile Selassie I viniera a México, mucha gente sospechaba que se tratara de un monarca un tanto de opereta, exótico, de un país lejano y casi desconocido; un personaje pintoresco; pero después de que ha pasado algunos días en México, se ha sentido que hay en él, a pesar de su pequeña estatura y su porte poco fiero, una impresionante grandeza, una verdadera Majestad, justamente en su sencillez, en su naturalidad, en su espontaneidad se ha revelado esa grandeza, que hubiera parecido ficticia si hubiera tenido manifestaciones teatrales tales como la insolencia, la soberbia o la petulancia, que aquí muchísimos pequeños caciques, muchísimos personajes insignificantes, algunas estrellas de cine y mas de un funcionario público tienen.

Haile Selassie deja impresionado al pueblo mexicano por la inusitada significación sentimental de su visita de gratitud, una acción caballeresca fuera de nuestro tiempo; por la sencillez de su conducta, por la finísima atención con la que se dirigió a toda persona, y por esa exquisita cortesía de Rey que fue su puntualidad a todos los actos en su honor.

Una lección que harían bien en aprender muchos que todavía creen que la forma de darse importancia es pasar por encima de las reglas de la educación y de la cortesía, que consideran que hay que ser rigurosamente impuntuales para darse categoría, y que con pedantería, suficiencia y prosopopeya intentan cubrir su falta de verdadera personalidad y de autentica altura.

Quédense las informalidades y los retrasos para esas gentecillas, que el Emperador y todos los personajes de su imperial séquito dieron una muestra de su verdadera grandeza al ajustarse en la más estricta de las formas a una absoluta puntualidad y una delicadísima cortesía.

- Rafael Solana Saucedo (7 de agosto de 1915, Veracruz, México - 6 de septiembre de 1992, México, D. F.) fue un escritor del género dramático y narrativo representativo de varias obras modernistas y surrealistas al final del siglo XX. Estudió en la Escuela Nacional Preparatoria y en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras (1930-1937) de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1979, se le otorgó de forma especial el Premio Nacional de Periodismo de México. Fue ganador del Premio Nacional Lingüística y Literatura en 1986. Fue fundador de la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro la que dirigió hasta su muerte.


NUESTRO REDENTOR ES FUERTE, EL SEÑOR DE LOS EJERCITOS ES SU NOMBRE, JAHOVIA JAH RASTAFARI.

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